Soldados de Salamina, las preguntas sin respuesta de la historia

Hace unos días he acabado de leer ‘Soldados de Salamina’ de Javier Cercas, un libro que me ha gustado mucho y del que me enteré gracias a mi profesora de español del instituto: una mujer maravillosa que me ha enseñando mucho a lo largo de 5 años de liceo.

El libro tiene como argumento central un acontecimiento que tuvo lugar al final de la guerra civil española, la contienda entra republicanos y nacionales que empezó con el alzamiento militar del 17 de julio de 1936 acaudillado por generales como Franco y Mola y terminó con la victoria de Franco en Madrid el 1 de abril de 1939 que tuvo como consecuencia la instauración de un régimen dictatorial que duró casi 40 años.

Para mi, la guerra civil española es uno de los momentos más interesantes y sobresalientes no sólo de la historia nacional de España sino de la del mundo en general, porque nos enseña de verdad que en la guerra no hay ni vencedores ni vencidos, que gracias a ella se pueden crear situaciones de solidaridad increíbles y que al mismo tiempo lo único que alcanza obtener es confusión y violencia entre hermanos.

Empujada por la curiosidad y entusiasmada tras haber leído ‘Por quién doblan las campanas’ de Hemingway, otro libro sobre la guerra civil española que habla de la ofensiva republicana contra Segovia de 1937 y del papel desarrollado por los voluntarios de las Brigadas Internacionales, y del que ojalá os hablaré en otro artículo, he vuelto a la librería para comprar ‘Soldados de Salamina’.

El argumento del libro es la historia de un escritor fracasado que a partir de 1994 empieza la búsqueda de los personajes que asistieron a un hecho poco conocido y recordado de la guerra civil: el fusilamiento de unos presos franquistas durante la desbandada republicana hacia la frontera francesa a finales de enero de 1939. Mejor dicho, el fusilamiento inacabado de Rafael Sánchez Mazas, ideólogo de la Falange y pez gordo del frente nacional. De hecho, Rafael Sánchez Mazas consiguió escapar y ocultarse en un bosque hasta que un soldado lo descubriera y, mirándolo a los ojos, decide perdonarle la vida y no matarlo. Este episodio, basado en la realidad y contado a Javier Cercas por el hijo de Rafael mismo, enciende algo en el escritor que decide emprender un viaje hacia el descubrimiento del sentido de la acción del soldado que dejó escapar a Mazas y de su identidad.

En particular, el escritor no deja de preguntarse lo que piensó el soldado en aquel momento y lo que su mirada escondía.

Cubierta del libro ‘Soldados de Salamina de Javier Cercas, edición Debols¡llo

El relato se puede dividir en tres partes: la primera se concentra en el escritor fracasado que empieza su investigación sobre el acontecimiento y quiere dar vida a una nueva obra con ese sujeto; la segunda parte narra la vida de Rafael Sánchez Mazas, “buen escritor” él también como lo define el narrador, de su infancia hasta su muerte en 1966, pasando por su huida durante el fusilamiento y su encuentro con ‘los amigos del bosque’, es decir, los tres desertores republicanos que lo protegieron y lo alimentaron hasta la llegada de los franquistas y, por último, el relato se acaba con el encuentro de Javier Cercas con un escritor chileno que lo lleva hasta Antoni Miralles, un ex combatiente republicano que podría haber sido el soldado que le perdonó la vida a Sanchez Mazas y que le aclarece lo que es un héroe.

Los temas tratados en la novela son la perenne batalla entra memoria y olvido, el significado de heroicidad, el coraje de decir no y el poder que tienen las decisiones que tomamos así como la influencia que el pasado tiene en el presente sin que ni siquiera nos damos cuenta.

Como en las primeras partes del relato solo se hable de Rafael Sánchez Mazas, que es descrito como un escritor melancólico y soñador, ideólogo de la Falange pero que al mismo tiempo rehuye la guerra y es cobarde y en búsqueda del equilibrio y de la seguridad que pueden darle las antiguas jerarquías, se podría pensar que ese personaje estuviera pintado como un hombre inocente que no pensaba que sus palabras y ideales podrían ser empleados como instrumento de Franco para homologar su régimen con lo alemán de Hitler e italiano de Mussolini y para forjar la retórica de choque que fomentara los ánimos de los españoles. En realidad, el narrador nos apura que, como dijo José Antonio Primo de Rivera en uno de sus discursos “ a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas” y “por eso Sánchez Mazas … es más responsable de la victoria de las armas franquistas que todas las ineptas maniobras militares de aquel general decimonono que fue Francisco Franco” (p. 55).

Sin embargo, lo que más me ha gustado de este libro es el concepto de héroe del que se habla en la última parte y en particular el contraste y la comparación que el narrador hace acerca una frase continuamente repetida por Primo de Rivera, o sea, “A última hora siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización”. Esta frase, dicha por el fundador de la Falange y sobre la cual el autor parece no dejar comento alguno a lo largo del relato, toma completamente otro significado en las últimas paginas del libro donde el autor, tras haber entendido la historia del ex republicano Miralles que había combatido también en la Legión extranjera francesa para la libertad de esa ultima en África y en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, acierta que “ … quizá no andaban equivocados y que a última hora siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización. Pensé: “Lo que ni José Antonio ni Sánchez Mazas podían imaginar es que ni ellos ni nadie como ellos podría jamas integrar ese pelotón extremo, y en cambio iban a hacerlo cuatro moros y un negro y un tornero catalán que estaba allí por casualidad o mala suerte, y que se habría muerto de risa si alguien le hubiera dicho que estaba salvándonos a todos en aquel tiempo de oscuridad”” (p. 198).

Como le dice el escritor chileno al narrador, un héroe no es nada más que “alguien que tiene el coraje y el instinto de la virtud, y por eso no se equivoca nunca, o por lo menos no se equivoca en el único momento en que importa no equivocarse” (p. 152).

Escena de la película ‘Soldados de Salamina’ (2003)

Al final del libro, nunca sabremos si fuera Antoni Miralles el soldado que le perdonó la vida a Sánchez Mazas tras haberlo mirado unos segundos a los ojos porque hay preguntas a que no hay respuesta y “porqué sabía de antemano que la única respuesta es que no había respuesta, la única respuesta era una especie de secreta o insondable alegría, algo que linda con la crueldad y se resiste a la razón pero tampoco es instinto, algo que vive en ella con la misma ciega obstinación con que la sangre persiste en sus conductos y la tierra en su órbita inamovible y todos los seres en su terca condición de seres, algo que elude a las palabras sólo están hechas para decirse a sí mismas, para decir lo decible, es decir, todo excepto lo que nos gobierna o hace vivir o concierne o somos o son esa monja y ese periodista que era yo bailando junto a la tumba de Miralles como si en ese baile absurdo les fuera la vida o como quien pide ayuda para èl y para su familia en un tiempo de obscuridad” (p. 211).

Una novela real que indaga en las esquinas más remotas del ánimo humano, en sus escondidas y laberintos, intentando penetrar el misterio que entorna cada guerra y esa solidaridad invencible entra seres humanos que se manifestó entre ‘los amigos del bosque’ y aquel soldado que cuando se lo preguntaron contestó “¡Aquí no hay nadie!” y se fue dejando Sánchez Mazas en la hoya del bosque.